Seguimos con los vecinos

9. nov., 2015

Como ya os adelanté, contaría cosas de vecindad que ocurrieron en algunos casos cuando aún no había nacido, pero mi madre me las contó.

En aquella época, estamos hablando de los 50, la ropa para el que nacería en breve, se hacía en casa, se tejía y se cosía, por lo que entre mi madre y mi abuela la confeccionaban en casa y por las tardes, no había máquina de coser, por lo tanto a mano.

Tenían por costumbre a media tarde parar a tomar un chocolate con galletas y bien, la vecina que me hizo aborrecer los tomates, la tal María Luisa, les tenía la hora cogida y pasaba para aprovechar y tomar tambien el chocolate.

En un principio eso no importó, pero llegó un momento en que ya se reflejaba la cara dura de la señora. 

El caso es que decidieron que no volvería a tomar allí la merienda hasta que no fuese invitada.

Así fué, una tarde adelantaron la hora y se lo tomaron las dos tranquilamente. A la hora acostumbrada la buena señora llamó a la puerta, pasó y se sentó a esperar el momento de la merienda. Como pasaba el tiempo y no pasaba nada, preguntó "Hoy no merendais?" a lo que mi abuela le contestó que lo habían anticipado porque mi madre lo necesitaba.

No se atrevió a pedir que la pusieran una taza, pero se quedó allí remoloneando hasta que se fué. 

En días sucesivos, fueron alterando el momento hasta que ya dejó de entrar, por lo menos para gorronear la merienda.

También tenía el hábito de pasar a pedirle a mi madre las sartenes para usarlas, ya que las suyas las tenía relucientes, colgadas en su cocina y no quería estropearlas, así ourría casi todos los días, hasta que mi madre cortó por lo sano, con excusas, pero no le volvió a dejar una sartén.

Os preguntareis el porqué de que a esta señora se le permitieran esas cosas, pues la razón era que como era vecina de tantos años y había ayudado a mi padre y a mi madre a cuidar de mi otra abuela por estar enferma, se le tenía "gratitud", pero ella lo trasladaba a "abuso".

Segurié contando más, tener en cuenta que todavía no había nacido y esta tal María Luisa participaba mucho en la vida familiar de mi casa, antes y después de mi nacimiento. 

 

 

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Historias de vecindad

4. nov., 2015

Hoy voy a contar cosas que ocurrieron en la vecindad donde vivía con mis padres. 

Las historias del gato, me las contò mi padre y no puedo precisar en qué momento se produjeron y otras son experiencias vividas por mi madre cuando ya se había casado y estaba esperando que yo apareciese por el mundo.

En el sexto piso de mi casa, vivía una famila, que realmente no estaban muy bien de la cabeza, tal y como voy a contar.

En estas casas existe debajo de la ventana de la cocina una fresquera, a falta de frigoríficos no venía ni viene mal en la actualidad.

Para cubrir esa fresquera había una plancha de aluminio, que servía de protector.

Pues bien, en una ocasión estos vecinos del 6º piso, tenían un gato, al que le gustaba estar sentado en el alfeizer de la ventana, en esa plancha de aluminio, a tomar el sol. 

Una de las personas residentes en la casa, no se le ocurrió otra cosa que al ver al gato tranquilito tomando el sol, empujarle y el pobre, como ahí no podía aferrarse a nada, cayó al patio, desde ese 6º piso, pero afortunadamente el gato sobrevivió a tan mala acción.

No quedó ahí la cosa. 

En estas casas había para cocinar y a la vez calentar la casa un enorme fogón, que se llenaba de carbón y astillas. La placa era de hierro, por lo que os podeis suponer que cuando estaba encendida, estaba al rojo vivo. 

Ahí volvió el pobre gato a sufrir las locuras del mismo personaje. En un momento dado, cogió al gato y lo puso encima de la placa. 

Os podeis suponer que ese pobre animal, con ese sufrimiento se volvió loco y corría por toda la casa bufando y maullando. 

Como consecuencia de ello, las mujeres se metieron en un cuarto y desde allí gritaban para que alguien fuera a socorrerlas.

Todo se solucionó, entrando los bomberos en la casa y rescatar al gato y a las tres mujeres del cuarto.

Dadas estas situaciones, hubo un vecino que decidió quedarse con el animal, pues veía que en cualquier momento pasaba a mejor vida, porque vivir con esas tres locas era muerte segura.

Las otras historias pasarán a mañana. 

 

Una niña

3. nov., 2015

Como vais sabiendo mi infancia no era como la de muchas personas que salían a la calle, jugaban con amigas y amigos y se lo pasaban bien. Mi infancia fué diferente, supongo que para otros habrá sido bastante peor y por eso no me quejo, solo lo cuento. 

Recuerdos con mi abuela materna:

- Cuando con mucho esfuerzo, me compró ese vestido rojo con flores de guipur blancas.

- La ocasión que me llevó a la Iglesia de al lado de casa, Covadonga. Qué oscuridad y tristeza vi allí. Me sobrecogió bastante.

- La vez en que cuando ya sabía la historia de los Reyes Magos, buscando por los rincones, encontré esa muñeca pequeñita, con un vestido de esponja, que semejaban petalos de flores.

- Su medalla de plata con la imagen de Santiago de Compostela, que siempre que me sentaba en sus piernas y le preguntaba que quien era, me decía es "Santiago de compontelas como puedas". Esa medalla la tengo yo, me la dió mi madre hace algún tiempo.

- Cuando estuve unos días en la casa que tenía en Boadilla del Monte, enmedio del campo y nos mandó a mi tio Julian y a mí a buscar cardos para el cocido.  Recordando en mis papilas gustativas ese sabor del cocido. 

Y un día cuando tenía 9 años, enfermó y se fué. Una mujer callada y sufriente, por lo que muchos más años después llegué a conocer.

En aquella época, había una señora en un par de portales más abajo de mi casa, donde mi tía trabajaba limpiando, que tenía una hija de mi edad. A esta niña le pasaba como a mí sola y sin tener con quien jugar, así que alguna vez que otra me llevaba mi tía a su casa y allí jugaba con ella.

Vivían en una casa enorme y esta niña tenía juguetes que para mi eran impensables poder tenerlos nunca, así que disfrutaba mucho.

Esto duró un tiempo, pero poco, por circunstancias, su vida cambió y tuvieron que terminar madre e hija viviendo en una portería, su madre ejerciendo de portera. Así que mirar cómo determinadas situaciones pueden dar un vuelco total en tu vida.

Había otra niña también vivía cerca de casa, con la que ibamos juntas al colegio cuando teníamos 6 ó siete años. Nos pillaba un poco retirado, pero no importaba. Caminabamos sin pensar si estaba lejos o cerca, lo que sí hacíamos para acortar el camino era meternos por un atajo que significaba atravesar una zona atestada de gitanos en chabolas. Por más que mis padres me dijeran que no pasara por allí, me dejaba llevar por la otra niña y por allá que nos metíamos.

Lo cierto es que pasabamos con algo de mieditis, pero lo hacíamos y afortunadamente nunca nos pasó nada. 

Hoy en ese sitio hay un frondoso parque, anexo al de el de La Fuente del Berro y el tramo que cruzabamos, hoy es la M30. ¡Cómo ha cambiado todo¡

Siguiendo con el periplo de mi niñez, tengo algunos recuerdos imborrables. 

Había una academía de baile cerca de mi casa por la que cada vez que pasaba por allí con mi madre, siempre decía que quería aprender a bailar. 

Tanto insistía que mi abuela quiso pagarme ella las clases, pero como yo era una esmirriada que comía poquisimo, el pediatra le dijo a mi madre que si quería quedarse sin hija, que lo hiciera, así que evidentemente no fué posible.

El año en que cumplí 5 años, mi madre me llevó al hospital en que estaba mi padre ingresado para que pudiera felicitarme. Ese día me dejaron pasar haciendo una excepción.

Además mi madre que me había llevado a hacer una permanente, figuraros que con 5 años y el pelo todo lleno de rizos y para tener un recuerdo de ese día me hicieron una foto de estudio con un lindo vestido y en el que parezco una muñeca. 

En otra ocasión en que me padre estaba de nuevo en el hospital, mi madre me dejó en casa de una vecina, que vivía justom en la puerta de al lado para que me cuidara. Esta buena mujer tuvo la genial idea de que tenía que comer tomate natural porque era muy sano, cosa que no discuto con nadie, pero el hecho de que me obligara me hizo vomitar y no solo el dichoso tomate, si no que también lo que hubiera comido. 

Desde entónces aborrezco ese sabor y aún habiendo intentado comerlo con toda la intención de saborearlo, me viene a la mente el sabor de aquél mal día y se acabó, no hay tomate. 

Hoy os dejo y mañana más y espero que mejor.

 

 

 

 

Y seguimos

31. oct., 2015

Hoy, después de estar viendo a mi amigo José Luis, que está ingresado en la UCI y unas horas después,  pasar la tarde con mi madre, vuelvo a seguir contando algo sobre mi historia infantil y algo más.

Como dije a casa llegaron las gemelas y además como dice el refrán con un pan debajo del brazo.

Ese año por la lotería de Navidad, a mis padres les tocó el tercer premio. No sé cúanto fué, pero lo que si sé es que les ayudó a salir hacia delante, acababan de iniciar una nueva forma de tener otros ingresos, pues mi padre debido a su enfermedad ganaba muy poco y habían decidido utiizar dos de las habitaciones de la casa cogiendo huéspedes, en fín, resumiendo, montaron una pensión, donde no solo se alojaban cuatro hombres más en la casa, si no que se les preparaba desayuno, comida y cena. Se les lavaba la ropa, planchaba, cosía la ropa, etc., en realidad con esas personas que entraban en mi casa, se establecía una relación más allá del puro alojamiento, eran en muchos casos una parte más de la familia.

Por esta razón en mi casa, todas las manos que ayudaran eran pocas. En un principio mi abuela materna pasaba temporadas en casa, además de vivir tambien allí mi tía Ale. 

En una casa tan pequeña, porque lo es, vivíamos 11 personas.

En una cama mueble que era de un tamaño superior al de 0,90 dormíamos mi abuela, mi tía y yo. Siempre con los pies de las dos en mis narices. 

Esta situación en concreto no cambió hasta que murió mi abuela. Por lo que así pasamos 4 años por lo menos, luego así seguimos hasta que mi tía se casó. (por cierto tanto mi tía Ale como mi tia Pura, se casaron con ambos huéspedes que estuvieron en mi casa, pero esas son otras historias que merecen capítulo aparte).

Posteriormente a esa cama compartida pasaron mis hermanas. 

De mis hermanas me ocupaba algo, pero era demasiado pequeña y estaba mi abuela y mi tía para echar una mano y mi padre, que en la cocina, era el pinche.

En una ocasión, tenía una muñeca pequeña, que su cabeza era de cerámica, muy bonita y con su ropita para cambiarla, era una monería y me encantaba cuando llegaba del colegio de las monjas, cogerla y ponerme a jugar, hasta que un día, cuando voy a cogerla me la encuentro con la cabeza destrozada. Una de mis hermanas se la había cargado, anda que no lloré....

En casa los domingos siempre había gente, primos de mi madre, amigos de la familia, etc., y así de esa manera hacían compañía y se lo pasaban bien. 

En aquellas ocasiones, cuando a lo mejor estaban hablando de cosas que no debía oír o bien me mandaban a por algo al cuarto de mis padres o decían: "cuidado, que hay ropa tendida", esa ropa era yo, por lo que la conversación daba otro giro.

Llegó un momento en que cuando murió mi abuela, en casa se dió acogida a mi tio Julian, otro hermano de mi madre.

Seguro que os preguntareis y dónde dormía? Pues lo hacía en un sofá que alguien les dió a mis padres y lo hacía en el pasillo. Hasta el sofá tenía nombre, Mustafá. 

Para mí Julián era mi hermano mayor, me saca seis años, por lo que cuando yo era muy pequeña, me encantaba peinarle y jugar con él. 

Cuando tenía 10 ú 11 años mi tia Ale se casó y se marchó de casa. Vivían muy cerca de nosotros, por lo que con frecuencia ibamos a su casa a pasar la tarde y/o cenar con ellos.

Como era natural, en casa tenía varías obligaciones, por supuesto dejar mi cama hecha todos los días, pero los fines de semana eran los de la limpieza de la casa, hacer las habitaciones de los huéspedes, sus camas que no eran como las de ahora, colchones de lana que había que mullir y dejarlas bien alisadas y listas para la revisión. 

Los sábados bajaba con mi madre al mercado de Ventas donde subíamos cargadas como no os podeis imaginar, pues para tanta gente a la que dar de comer, había que abastecer bien. Menos mal que mi tio Julian, era el rescatador, pues bajaba a buscarnos y nos ayudaba a subir a casa con las bolsas. 

Otro día más

 

 

 

 

 

 

 

Volviendo

27. oct., 2015

Como ya os avisé, he vuelto.

Todo este tiempo he estado sin contar nada a través de mi página, por causas técnicas...., o sea que no me funcionaba el ordenador, pero ya resuelto este tema, por fín retorno a contar mis cosas, vivencias y opiniones.

En estos días venía pensando en la infancia pasada. Muchas personas hablan de ella con alegría, con buenos recuerdos de esas vivencias y he analizado la mía.

Primero voy a concretar qué periodo entiendo como infancia, por supuesto desde el nacimiento hasta la adolescencia.

Pues bien, mi infancia no tuvo nada de especial como para recordar con ilusión o alegría. Soy la mayor de cuatro hermanas, estando 6 años y medio como hija única, seguramente mimada, pero por tener una situación familiar dificultosa, debido a la enfermedad de mi padre y la supervivencia dificultosa para la familia, la vida no era precisamente para tirar cohetes.

Qué recuerdo?

Tengo en la mente las ocasiones en que mi padre me llevaba a la plaza de Manuel Becerra, cuando se podía estar en el centro de la misma, donde había una fuente y espacios verdes y allí me contaba cuentos inventados por él, fábulas y canciones infantiles que hoy les he canto a mis nietos pequeños.

También aquella vez en que fuímos al rio Alberche a pasar unos días a casa de una tía de mi madre, allí te podías remojar y pasar el día y coincidentemente una gata había parido y yo andaba como loca con los cachorros. Tan pesada estaba que al final me dieron uno, que no duró en mi casa ni una semana. Se lo llevó uno de los huéspedes al taller donde trabajaba y me quedé sin gato.

Otro recuerdo es el del episodio del pollito. Capricho de la niña, pues pollito amarillo para ella y claro, el pollo me seguía por todos lados. En una ocasión el pobre, por querer ir a donde estaba sentada comiendo, se metió en una sartén que tenía aceite que se estaba calentando, casi tenemos pollo frito para comer.....

Y si hablamos de animales, en una ocasión mi abuelo materno, me llevó una urraca, cosa fea como pocas.  Pues bien, urraca que tenía y mis padres la metieron en una especie de cuatito pequeño donde se guardaba el carbón para la cocina, mejor sitio imposible, negro el pájaro y con el carbón no se le notaba si estaba sucio o no.

El caso es que un día en que fuí con mi madre al cine, al volver el pajarito había "volado", la explicación fué que como estaba muy sucio, lo habían metido (mi padre y un tío) en la pila para lavarle y que al intentar escurrir el agua, se había muerto.... vamos que se lo cargaron sin más.

Un año por los Reyes, tuve unos regalos muy apropiados para mi padre, un jeep y una pistola con ventosa.

Pero el famoso coche de capota no me llegaba nunca.

Lo que sí tengo dentro de las cosas buenas son las veces que mi madre con mi tía, me llevaban al cine, a esas sesiones contínuas que había entónces y en las que  me empapaba de todo lo que veia.  Lo que me encantaba era, cuando al final, en las que eran de amor, se daban un beso, con mi media lengua (eso me lo ha contado mi madre) decía "san morao".

Con qué jugaba? Pues al estar sola tenía mucha imaginación, me montaba mis historias, me disfrazaba con todo trapo que pillara y tambien jugaba con las muñecas recortables, pero lo más de todo era leer los tebeos de entónces y que cada semana cambiaba en un quiosco con otros que no hubiera leído, por lo que no me faltaba nunca lectura.

Como es natural mi colegio era cerca de casa hasta que en un momento dado uno de los huéspedes de mi casa y su novia, vieron que tenía la posibilidad de ir a un buen colegio con beca, por las notas que tenía, así que empecé a ir a un colegio religioso que para ir tenía que hacerme los cuatro viajes en un autobús urbano que tardaba media hora en cruzar Madrid, cuando el tráfico era otro, pero esos cuatro paseos no me los quitaba nadie.

Esa decisión, mis padres la tomaron pensando que era lo mejor para mí, pero por otro lado a mi me erradicaban del entorno natural.

La mayoría de las chicas eran "niñas de papá" con las que yo no tenía nada que compartir, nada más que las instalaciones. Ellas tenían sus grupos de amigas en los que no podía entrar, por razones obvias, vivía muy retirada de su barrio y además la situación económica era totalmente opuesta. Para mis padres, a pesar de estar en situación de becaria, los uniformes, los libros, el transporte, etc., etc., les suponía un gran esfuerzo.

Ellos nunca supieron que esa decisión para mí no fué lo mejor.

A mis casi siete años llegaron a este mundo mis dos hermanas siguientes, gemelas además, por lo que pasé a un tercer plano.