PINTA & GUINNES

Estaba muy a gusto, cálido y sin saber qué hacía allí. Sentía a mi alrededor pequeños golpes, o más bien empujones.

            No me quejaba, porque entre otras cosas, no sabía cómo hacerlo.

            Llegó un momento en el que de repente, a base de impulsos salí de ese lugar en el que estaba protegido.

            Notaba a mi alrededor otros seres que intentaban moverse, igual que yo.

            De repente salí expulsado, noté una cosa áspera pero también húmeda que me recorría por todos lados.

            Cuando pude abrí los ojos, descubrí que había otras cinco cositas pequeñas a mi lado, también les lamía una cosa grande y peluda. No daba miedo, todo lo contrario, me daba seguridad. El instinto hizo que me arrimase a ella. Rápidamente me acerqué a una pequeña protuberancia de su cuerpo, acerqué mi hocico, me atraía ese olor a la vez que mi pequeño estómago rugía. Sin saber cómo lo hice, empecé a succionar de esa parte de la que salía un líquido blanco que me calmaba y me adormecía. Hasta que las otras cositas peludas que estaban a mi lado, me empujaban. Ellos también querían chupar.

            Una vez que estábamos satisfechos, la gran cosa peluda, nos envolvió en su regazo dando suaves lametazos a nuestros cuerpos, quedándonos dormidos. Era nuestra madre.

            A los pocos días ya jugábamos entre nosotros, con la mirada vigilante de la mamá, que no permitía que nos alejáramos de nuestro pequeño hogar.

            Éramos unos gatitos preciosos, dos negros, dos con manchas blancas en los lomos y otro atigrado.

            De repente, todo cambió. Una cosa muy grande y con solo dos patas nos apartó de nuestra madre, no sabíamos por qué.

            Nos introdujeron en una caja grande, de donde no podíamos salir, por mucho que quisiéramos trepar.  Un ruido muy fuerte a la vez que un traqueteo nos hacía caernos a unos encima de otros.

            Por fin paró, volvió a coger la caja donde habíamos viajado y nos dejó en una jaula enorme donde había muchos gatos como nosotros. Había comida y agua. Además de más animales como nosotros con los que podríamos jugar.

            Rápidamente se dio cuenta de que ahí no era como cuando estaba solo con sus hermanos. Había unos pocos que se debían de pensar que eran los dueños de todo. No nos dejaban acercarnos a los comederos, nos daban zarpazos y bufidos apartándonos de allí. Teníamos que esperar a que se durmieran, para ir paso a paso, sin que se diesen cuenta a coger algo de lo que habían dejado.

            Yo me preguntaba dónde estaba nuestra mamá, ella nos cuidaba y alimentaba, ahora no la veíamos.

            A veces entraba un humano (ese es el nombre que le daban los otros gatos más antiguos), cogía a uno de los gatos más jóvenes y desaparecía de entre nosotros.  Mi hermano el atigrado fue el primero en salir de nosotros. Y ahora, qué van a hacer con él.?

 

            Unos decían que se los llevaban a una familia de humanos para que los cachorros de ellos, jugasen con ellos.

            Eso a veces resultaba bien, pero otras, se cansaban y aburrían de tenerlos y terminaban vagabundeando por las calles, sin saber cómo sobrevivir, siempre habían estado muy alimentados, no sabían buscar comida. En esa situación podían acabar muy mal, apedreados por los niños o capturados y llevados a unas instalaciones donde los cuidaban por un tiempo, luego si nadie los quería, desaparecerían para siempre.

            No pasó mucho tiempo hasta que me tocó a mí. Me llevaron a una casa donde había otros seres, no tan grandes como los que me cogieron, ni tan pequeños como yo. Les llamaban niños, yo era su nuevo juguete.

            Al principio huía de ellos, me hacían daño, me tiraban del rabo y de las orejas, mis pequeños bigotes también sufrían algún que otro contratiempo. Solo cuando los niños salían de casa, me refugiaba en una camita que me habían preparado. Lo que no me faltaba era la comida. Pero tranquilidad tenía poco.

            Un día llegaron otros seres altos, como el que me llevó a su hogar. Al verme, exclamaron:

-¿Cómo es que tenéis un gato negro? Traen mala suerte.

Dicho y hecho, se asustaron con ese comentario y me echaron a la calle, hacía frío y no sabía dónde refugiarme.

Algún que otro perro se acercaba a mí y yo les bufaba para avisarles que sabía defenderme. Era totalmente incierto, tenía pánico, pero era lo que me decía mi instinto.

Un día, otro ser de esos grandes se acercó a mí, hice lo mismo que con los perros, pero en este caso no me sirvió para que se alejase, al contrario, me cogió de la piel que tenemos en la parte posterior de la cabeza y me acurrucó entre sus brazos, con suavidad, acariciándome y con unos ruidos suaves, que me tranquilizaban.

Me llevó a su casa. Me dio miedo por si tenía otros seres más pequeños que me martirizasen, pero no fue así. Tenía otra gata, también negra que, al verme en brazos de su amo, empezó a bufarme y se erizaba toda. A esta gata la llamaba Guinnes.

-Pues sí que estoy bien, salgo de dificultades para meterme en otras.

Mi nuevo amo era muy cariñoso, muy enérgico con la otra gata, la regañaba cuando me bufaba. Me llevó a su dormitorio para que no me atacase y todos los días me sacaba un rato para que me oliese y se acostumbrase a mi presencia. Poco a poco nos fuimos adaptando una a la otra. Correteábamos por la casa y teníamos juguetes para cada una.

Éramos su compañía y nos cuidaba muy bien. Un día me metió en una jaula pequeña mientras me hablaba con dulzura. Me llevaba a un veterinario para que me vacunase y viese cómo estoy de salud. A pesar de esa cosa que me clavó el veterinario, todo era bueno y pensé que había encontrado el hogar adecuado. Desde ese día, tenía nombre, era  el dePinta.

Un día apareció una amiga de mi amo y se quedó a vivir allí, eso creo que no era malo, lo que no nos gustó a ninguna era que llevaba con ella a otra gata, que según decían todos era una preciosidad.

En ese momento, las dos negras, nos decidimos a hacer la vida imposible a la nueva.

En cuanto salía de la habitación, allá que íbamos las dos a bufarla y lanzarle algún que otro zarpazo, era nuestra rival, nuestro amito le hacía muchos mimos y nos regañaba a nosotras.

-Pero bueno, ¿esto qué es? ¿No somos nosotras las primeras y las favoritas?

La situación se puso muy tensa con la nueva, como permanecíamos mucho tiempo solas en la casa, para que no le hiciéramos daño, la dejaban encerrada en un cuarto, sólo salía si la sacaba su dueña y entonces a nosotras nos regañaban si intentábamos alguna trastada.

Por fin llego un día en que las dos se fueron y volvimos a estar los tres solos en la casa. Ahora es totalmente nuestro, ningún otro animal nos desplazará nosotras. Somos las reinas de la casa. Él es nuestro rey.

Comentarios

María Teresa gomez

12.10.2022 17:35

Qué bonito el relato, me emociona.

Comentarios recientes

26.11 | 16:00

Nunca me hubiera imaginado este final!!!

24.11 | 16:30

Madre mía qué interesante, pero nos dejas con la miel en los labios. Espero que al final tengamos un final feliz!!!

24.11 | 11:01

Yo solo he hecho una parte y lo recomiendo...es toda una experiencia!!

22.11 | 14:26

Todos tus relatos me gustan
Cómo sigues preciosa?

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